Noli me tangere – El cuerpo atrincherado
Tenemos mucho que aprender de la incertidumbre.
David Dorenbaum
Vivimos tiempos extraños, definitivamente. 2020 era un año cargado de ilusiones; parecía prometer muchas cosas: el comienzo de un nuevo ciclo, tantos y tantos proyectos por hacer… Pero la llegada del SARS–CoV–2 dio al traste con todos los planes, nos llenó de miedos y cambió nuestra vida para siempre.
Somos seres vulnerables, frágiles… vulgares incluso. Lo sabíamos, pero ha tenido que venir una pandemia global para grabárnoslo a fuego en la parte profunda de nuestras pieles. Así de eficiente es este virus, sin carta de presentación ni ganas de contarnos nada de su vida.
De repente, todos con mascarillas que nos emborronan la cara, que nos alienan un poco más cada día; de repente, la distancia como medida de seguridad; de repente… no podemos tocarnos. Los abrazos robados, los abrazos prohibidos, los abrazos oscuros, los abrazos rotos… Hemos descubierto nuestra condición carnal. Tocarse se ha convertido en una quimera. Hemos sustituido los abrazos por miradas, a menudo desconfiadas. Por no atrevernos, ni siquiera intentamos brindar. A partes iguales, usamos nuestros hogares como zonas de refugio (trincheras donde protegernos), pero también como cárceles donde convivir con la soledad. A veces, parece que los renglones de nuestra biografía se van torciendo sin que nada podemos hacer.
Noli me tangere (No me toques), le dice Jesús a María Magdalena cuando se encuentran después de la resurrección. Ahí empezó a anularse el tacto, uno de nuestros principales sentidos. Ahora todos somos “intocables”: cualquiera puede estar infectado, incluso transmitir la enfermedad –o la muerte– a sus seres queridos… Noli me tangere.
Incertidumbre, desconcierto, estrés, ansiedad, miedo… miedo al otro. La seguridad del aislamiento: muerte a las caricias, muerte a los abrazos… nunca más daré la mano a nadie. ¿Dónde quedaron los deseos?, ¿cómo afrontar el relato?, ¿quedan aún esperanzas?, ¿es necesario rebelarse ante lo inaceptable? Seguramente la respuesta a estas y otras preguntas se encuentre en “los otros”, que somos –también– “nos / otros”.
El miedo cimenta muchas veces las transformaciones, aunque pocas veces las que se dan en los procesos culturales, más acostumbrados al cambio y a la disidencia: a la creación de espacios de resistencia donde se equilibren las tensiones entre lo estético y lo político, aportando ideas, imaginación y emociones desde el escepticismo más militante. La cultura, sí, es capaz de imaginar nuevos futuros. La cultura es capaz de conmover; la cultura puede –y debe– perturbar. Podemos acabar con la “Triple A”: amnesia, anestesia y ataraxia.
Quizás ha llegado el momento de plantearnos muy seriamente en qué tipo de mundo nos interesa vivir.
Vivir es un milagro, pero un milagro demasiado breve, lo que nos obliga a aprovechar el tiempo y aprender a mirar (nos) de otra manera. Seguramente necesitemos una nueva epidemia, una epidemia de optimismo que se traduzca en un cambio de actitud: debemos aprender a gestionar este terremoto que lo ha cambiado todo. La fotografía puede ser una buena terapia.
No podemos vivir con el miedo adherido a los huesos; se hace necesario conjurarlo. Hay que apostar por el optimismo –y no hablo de un optimismo naif y ridículo–, continuar con la vida y convivir con la incertidumbre. Hoy más que nunca hay que defender, como decía Benedetti, la alegría como si esta fuera una trinchera.
El proyecto de La Caverna de la Luz para 2021 plantea una investigación sobre el cuerpo como motivo fotográfico, pero no cualquier cuerpo; el cuerpo de la era post COVID–19 (en sentido estricto, deberíamos hablar del cuerpo en la era COVID–19, puesto que no parece que el virus tenga, a corto plazo, planes de abandonarnos): el cuerpo abatido, el cuerpo abandonado, el cuerpo sitiado, el cuerpo desolado, el cuerpo invisible, el cuerpo enfermo, el cuerpo aislado, el cuerpo esperanzado, el cuerpo renovado, el cuerpo renacido, el cuerpo observado… el cuerpo atrincherado.
Mi cuerpo, el del otro… todos los cuerpos. Es un buen momento para pensar acerca del lugar que ocupamos en el mundo, aunque, como ha señalado el poeta Basilio Sánchez, “Nadie sabe cómo estar en el mundo”.
Raúl Lucio
Raúl Lucio
La Caverna de la Luz 2021, comisariada por Raúl Lucio (Reinosa, 1967 – fotógrafo y gestor cultural), presenta una nómina que combina artistas consagrados con creadores de media carrera, autores emergentes con fotógrafos que muestran por vez primera su obra al público. Miradas heterogéneas, enfocadas todas ellas hacia el cuerpo; esta vez un cuerpo acosado por la pandemia.
De enero a diciembre podremos disfrutar en el escaparate de la calle del Sol de las miradas de Pablo Venero Aguirre, Ana Martín Zurdo, Maite Moratinos, Chema Prieto, Rubén García Escalante, Miriam Mora, Eduardo Gruber, Miguel Ángel García, Juan Uslé, Cecilia Álvarez Soto, Pablo Hojas Cruz y ZuLo (colectivo que presenta por vez primera su producción).
La Caverna de la Luz es un proyecto que, coordinado por Javier Vila, viene funcionando de manera prácticamente ininterrumpida desde 2010 en la calle del Sol, en Santander. La propuesta es sencilla: proyectos anuales que recogen doce imágenes (1 por mes) en torno a un tema y que se exponen en el escaparate del local.