Desentrañando el enigma de lo visible
“En cuanto me siento observado por la cámara, todo cambia: entro en el proceso de “posar”. Me hago inmediatamente otro cuerpo para mí mismo, me transformo por anticipado a mí mismo en una imagen.”
Henri Cartier-Bresson
“Delante de la cámara, soy al mismo tiempo el que creo que soy, el que quiero que los demás crean que soy, el que el fotógrafo cree que soy y el que él utilizará par exhibir su arte.”
Roland Barthes
No hay nada nuevo en la idea de considerar cada retrato como un autorretrato.
En la pugna del retrato, ¿cómo te enfrentas a la mirada del otro? ¿Cuál de los dos da y cuál de los dos recibe? ¿cómo te mantienes firme mientras te entras al ojo impasible de la cámara, consciente de que tu apariencia, una imagen en particular, quedará fijada para siempre?
¿Qué es lo que hace que una fotografía pueda ser considerada un “retrato”?
Partiendo de la premisa de que la Fotografía, por sus características técnicas, no es fiel a la realidad y por tanto es “mentirosa”, o cuando menos “subjetiva”: capaz de dar vida a un objeto inanimado o mostrar un rostro hierático como la máscara de ese ser; ¿qué nos hace pensar que una imagen es una referencia de una persona, mostrar el cuerpo o el rostro como la interpretación de la apariencia de una persona? ¿es necesario incluir el rostro, debe de manifestarse la relación del individuo con el mundo?
Muchas preguntas, cuando lo que se pretende no es reproducir, sino ir más allá de la apariencia, llegar al “silencio interior”.
Un retrato en ocasiones son unas manos, una silueta o un objeto que nos recuerda a la persona que lo hizo o lo poseyó o lo mantuvo entre sus manos. Otras veces un rostro no habla de la persona, sino de una historia y de una época. A veces un lugar es el mejor retrato de una ausencia.
Javier Vila
Fotografías de
Jorge Represa, Jorge Póo, María Gil Lastra, Jesús López Rivas, Rocío Segura, Margot Sowinska, Miriam Mora, Eduardo Rivas, Laura Irizabal, Manu Fernández, Palo Pez y Javier Salas.