Colección de LCDLLUZ

Carpetas de las exposiciones mensuales y colecciones anuales de LCDLLUZ

SOBRE LA CAVERNA DE LA LUZ

«Esa es la superficie. Ahora piensen –o más bien sientan, intuyan– qué hay más allá, cómo debe de ser la realidad si ésta es su apariencia».

Susan Sontag

Cuando Susan Sontag publicó su brillante análisis sobre la fotografía a mediados de la década de los setenta, tituló su primer capítulo “En la caverna de Platón”, alegando que, en un mundo cada vez más atragantado de imágenes, la mirada fotográfica, que ha captado casi todo desde que iniciara su inventario allá por 1839, ha cambiado “las condiciones del confinamiento en la caverna, nuestro mundo”. La escritora apuntaba además que las fotografías, al enseñarnos un nuevo código visual, “alteran y amplían nuestras nociones de lo que merece la pena mirar y de lo que tenemos derecho a observar”, ya que no solo constituyen una gramática, sino también una ética de la visión.

El mito platónico ha servido igualmente para dar nombre a La Caverna de la Luz, recurriendo a una de las más llamativas paradojas de la fotografía: la escritura de la luz en la oscuridad. Tal epígrafe constituye una declaración de principios acerca del medio, puesto que lo que vemos en las fotografías no tiene una existencia real, sino que se trata solo de la huella o el rastro de algo que fue. En este sentido, la fotografía, a través de su juego con las apariencias, nos permite intuir cómo puede ser la realidad.

A lo largo de las últimas décadas hemos experimentado cómo las imágenes se encuentran cada vez más presentes en nuestras vidas, quizá porque necesitamos “consumir imaginarios para reanimar lo real”, tal como nos advirtió Jean-Luc Godard en sus Histoire(s) du Cinema. Nunca hemos tenido acceso a tantas fotografías como ahora y, sin embargo, estamos perdiendo la capacidad de mirar. La pulsión de documentar la vida en su totalidad en un circuito sin fin ha dado lugar a tal abundancia escópica que hemos llegado a la indiferencia total. Jean Baudrillard en La transparencia del mal alude con claridad a esta profusión de imágenes en las que no hay nada que ver, imágenes sin huella, sin sombra, sin consecuencias: “Lo máximo que se presiente es que detrás de cada una de ellas ha desaparecido algo”. Hoy somos cyborgs que llevamos incorporadas nuestras prótesis tecnológicas, bajo la creencia de que nos facilitan la vida cuando lo cierto es que están domesticando nuestros comportamientos. Mientras tanto, la imagen ha ido perdiendo su capacidad para comunicar y la fotografía ha abandonado su cualidad de objeto para habitar un entorno virtual de pantallas de ordenador, tabletas, teléfonos móviles y demás terminales.

Esta falta de corporeidad e inmaterialidad de la imagen ha sido, posiblemente, uno de los puntos de partida de este proyecto, en el que la fotografía recupera su presencia física para dar vida a una propuesta singular, que brinda la posibilidad de retomar el contacto con las imágenes para mirarlas, interpretarlas, pensarlas. En Japón hay una hermosa tradición que consiste en habilitar un toko no ma, una especie de hueco practicado en la pared de una habitación donde mostrar algo especial con el único fin de que sea apreciado de la forma más adecuada. En La Caverna de la Luz, este lugar íntimo se traslada al espacio público para que sean los propios viandantes quienes reciban cada fotografía, la miren, la interpreten o la piensen, partiendo de ese potencial que poseen las imágenes de proveer conocimiento más allá de la superficie tan afín al mito de Platón.

La Caverna de la Luz es el nombre del estudio y laboratorio del fotógrafo Javier Vila, situado en el corazón de la calle del Sol. Es también un proyecto expositivo y editorial pionero en este contexto –su único precedente ha sido El Escaparate de San Pedro en Madrid, hoy desaparecido–, que tiene lugar tras los dos cristales alargados que franquean el acceso a dicho estudio-laboratorio y en un espacio web, de modo que lo físico y lo virtual son filtrados a través de dos dispositivos, la ventana y la web, que constituyen los canales vertebradores del proyecto. Cada año, se invita a doce personas a intervenir el escaparate con una fotografía que exprese su visión personal en torno a un mismo tema. De este modo, el primer jueves de cada mes, el espacio se transforma para presentar una imagen que permanece expuesta a pie de calle, día y noche, por espacio de cuatro semanas. La única premisa del proyecto es la libertad, de manera que no existe ningún límite en lo que respecta al contenido, el formato, el procedimiento o la técnica a elegir, salvo el tema, que cambia cada año, y el tamaño, que lógicamente no puede exceder las dimensiones del escaparate. Por otro lado, la fotografía expuesta se puede adquirir según las condiciones que su autor o autora hayan determinado y sin mediación comercial por parte de La Caverna de la Luz, que no persigue objetivos económicos.

Durante los primeros años, se puso en marcha un proyecto editorial que tenía como objetivo generar una nueva vía para el coleccionismo fotográfico a través de la autoedición. De cada fotografía expuesta en el escaparate, se realizaba una edición limitada de 33 carpetas seriadas y firmadas que se adquirían por suscripción. Cada colección anual formaba un libro compuesto por doce carpetas individuales con las imágenes expuestas cada mes más una carpeta adicional, la número 13, realizada por Javier Vila para introducir el tema planteado en cada edición.

El arranque de La Caverna de la Luz tuvo lugar en el año 2010 con “Tema Libre”, toda una afirmación de intenciones acerca del proyecto. Javier Vila seleccionó a una serie de personas que entienden la práctica fotográfica como un “medio de expresión personal”, independientemente de su dedicación profesional o amateur, sus logros o el hecho de que tengan o no una firma legitimada por el mercado. Domingo Venero Barberán, un joven fotógrafo de Santander afincado en Barcelona con un trabajo notable y comprometido en el ámbito del reportaje social y la fotografía humanista, fue el encargado de inaugurar el proyecto. Tanto él como el resto de fotógrafos invitados, no tenían que ceñirse a ningún nexo argumental, temático o conceptual. Tan solo debían presentar una imagen, libremente elegida, que de algún modo condensase su visión sobre el mundo o sobre una realidad concreta.

“Tras-Eros” en 2011, planteaba un juego de palabras que apuntaba con humor a las figuras antagónicas de Eros y Tánatos, dos fuerzas de carácter universal, a menudo contrapuestas, presentes en el pensamiento humano desde los orígenes de la historia, que permitieron abordar cuestiones relacionadas con el erotismo, la sexualidad, el deseo o la pulsión entre la vida y la muerte.

“La identidad”, con toda la complejidad y las contradicciones que este concepto lleva implícito, fue el tema que aglutinó las propuestas de 2012. La construcción identitaria de la imagen o del ser, desde el plano individual o colectivo, sirvió para reunir una serie de propuestas de corte más personal o bajo una dimensión más social, irónica y filosófica, que profundizaron en esta noción siempre a caballo entre la realidad y la ficción.

“Jaque al Ojo” en 2013, que yo misma tuve la oportunidad de comisariar, se planteó como una reflexión sobre el desgaste de las imágenes como proveedoras de conocimiento y la pérdida de sentido de la mirada en un mundo saturado de imágenes, de ahí la necesidad de poner el ojo a escrutinio. La invitación iba dirigida a una serie de artistas que recurren a la fotografía como un dispositivo creativo más, a quienes propuse indagar en nuestros modos de ver, situando la imagen al límite de su visibilidad para pensar aquello que sugiere, revela o esconde.

“En vena” fue conducido durante 2014 por Manuela Alonso Laza, directora del Centro de Documentación de la Imagen de Santander (CDIS), de cuyos fondos surgieron algunas de las imágenes seleccionadas. En esta ocasión, la memoria se convirtió en el hilo conductor de un conjunto de propuestas firmadas por una serie de fotógrafos para quienes la acción de transformar o salvaguardar la experiencia en imagen, de documentar a través de la cámara todos esos fragmentos que sobreviven a los acontecimientos, constituye una necesidad vital, poniendo el acento en el archivo o el álbum como espacio de trabajo que atraviesa el registro del tiempo.

En 2015 La Caverna de la Luz puso en marcha el proyecto postal de participación colectiva “Yo estuve aquí”, convirtiéndose en el espacio receptor de cientos de fotografías con las que Javier Vila rendía homenaje a la figura de Bernard Plossu, con quien mantiene correspondencia desde hace años, y también a Robert Frank, concretamente a su libro “Thank You”, que contiene una cuidadosa selección de algunas de las cartas e imágenes recibidas a lo largo de toda su vida.

Tras un paréntesis en 2016, debido a obras integrales en el edificio, el proyecto reiniciaba su curso en 2017 con “Ignotos”. En esta ocasión, Javier Vila se propuso visibilizar el trabajo de una docena de fotógrafos cuyas trayectorias han pasado más inadvertidas, pese a tratarse de autores con un corpus de trabajo profundamente personal, comprometido y, en la mayor parte de los casos, prolongado en el tiempo.

Finalmente, “El fantasma en la máquina” en 2018, esta vez bajo el comisariado de Lidia Gil, plantea una reflexión sobre la presencia de la tecnología –y particularmente de la máquina como su principal icono o emblema– en nuestras vidas, fruto de esa colonización progresiva que nos ha ido haciendo cada vez un poco más autómatas. Frente al pensamiento de Descartes, que separaba cuerpo y alma como algo distintivo de lo humano relegando al resto de los seres a la categoría de simples máquinas, es posible que el pensamiento poético sea capaz de demostrar que no todo en la máquina está programado; quizá haya “algo” que se nos escapa y pueda plasmarse en una imagen o pensarse a través de ella.

Lo que empezó siendo un punto de encuentro y difusión de fotógrafos y/o artistas con algo que enseñar, se ha convertido en una propuesta con varios años de andadura y unas cuantas exposiciones en su haber. Hasta el momento, han pasado por “la caverna” más de setenta autores: desde nombres históricos y fotógrafos de largo recorrido, pasando por profesionales y aficionados de distintas generaciones, hasta creadores que utilizan la fotografía como un dispositivo más de su discurso, todos/as ellos/as con una gran implicación en lo visual.

La respuesta a toda esta actividad ha sido plural y diversa. A lo largo de las ocho ediciones celebradas hasta el momento, ha habido tantas propuestas como modos de entender la fotografía. La Caverna de la Luz ha dado cabida a todos los géneros y procesos, de los haluros de plata analógicos a los píxeles digitales, atravesando todo el arco de posibilidades que existe entre la realidad y la ficción: fotografía documental, callejera, miradas personales, realidades construidas, momentos cotidianos, registros íntimos, instantáneas, situaciones encontradas, imágenes intervenidas, construcciones poéticas, apropiaciones, reflexiones críticas, invenciones, sueños, composiciones de corte estético, propuestas conceptuales y, en general, todo el repertorio de maneras de afrontar el hecho fotográfico.

Paralelamente, se ha ido creando un debate sobre la propia definición de la fotografía y sus límites, el estatuto de la imagen, su contacto necesario (o no) con el índice o el referente, su obligación de re-presentar lo real (esto es, la confianza en una experiencia que preexiste a la realidad y avala el instinto de mímesis o su función documental) o, por el contrario, su capacidad para crear nuevas realidades (si creemos que estas son siempre una construcción de la mirada que acreditaría su función artística); en definitiva, si la cámara puede o debe estar al servicio de la verdad o de la mentira.

Al margen de cuestiones ontológicas, La Caverna de la Luz se ha afirmado como una de las propuestas fotográficas más sólidas del panorama cultural de Santander. Tanto los escaparates-ventana como el espacio virtual del proyecto han servido para difundir el trabajo de unos cuantos creadores y creadoras vinculados a este contexto hacia otros lugares pero, sobre todo –y este ha sido su mayor éxito–, ha funcionado como un punto de encuentro donde mirar, compartir, coleccionar, reunirse e intercambiar experiencias e interpretaciones en torno a ese “encanto equívoco de la imagen fotográfica” que tan bien definió Susan Sontag, posiblemente, porque necesitamos saber algo más del mundo, aunque sea a través de sus apariencias.

Marta Mantecón