«El cuerpo atrincherado», 2019

El cuerpo atrincherado

El miedo. Siempre presente en nuestras vidas. El miedo que a menudo nos atenaza y nos limita… el miedo que no nos deja ver. El miedo que también salva vidas porque nos hace más prudentes. Sí: una pandemia da miedo. Y lo hace porque barre de raíz millones de vidas de una manera inexplicable, porque nos llena de desesperanza y nos abre, justo delante de nuestros pies, un enorme vacío que hemos decidido llamar incertidumbre. Sí, es el miedo. El miedo a lo desconocido.

En estos días, las hojas están cansadas y empiezan a desprenderse poco a poco. Noviembre llama la puerta y los días se achican cediendo espacio a la obscuridad de la noche. Conocemos el miedo a la noche. Ese miedo infantil, ilógico pero desasosegante, que teníamos al mirar el pasillo de casa desde uno de sus extremos y ver aquel recorrido imposible, lleno de amenazas silenciosas.

Pablo Hojas ha conseguido realizar una fotografía del terror. Silente, majestuosa, llena de matices… pero ciertamente terrorífica. Narra bien nuestra travesía por el desierto en este año y medio largo, lleno de sinuosas curvas, rebrotes varios y disolución de unas maneras de vivir que nos parecían inamovibles. El cuerpo se ha atrincherado. Cuatro camisetas de algodón cuelgan de una percha. Nos miran como cuatro máscaras: “Colgada en mi pared tengo una talla japonesa, / máscara de un demonio maligno, pintada de oro. / Compasivamente miro / las abultadas venas de la frente, que revelan / el esfuerzo que cuesta ser malo”, nos decía Bertolt Brecht en 1942.

Cuatro vestales, cuatro fantasmas en la noche. Se diría que están a punto de mover sus brazos y asustarnos. Lo negro del fondo y el reflejo especular del baldosín. De nuevo, tengo miedo. Me acuerdo súbitamente de las pinturas negras de Goya… Me acuerdo de los Jinetes del Apocalipsis, de los Nazgûl de El Señor de los Anillos, de los dementores que custodian Azkaban en la saga de Harry Potter.

Me acuerdo de aquella fotografía de Max Dupain, de 1934: Tea Towel Trio. También de la técnica de paños mojados utilizada en la estatuaria griega antigua. Nos hemos quedado desnudos después de tanto terremoto, después de tanta destrucción. No en vano, la pandemia de la COVID-19 ha provocado la mayor caída de la esperanza de vida desde la Segunda Guerra Mundial.

Así, estas pieles colgadas nos hablan de desollamiento, de restos que quedan después de la masacre, las consecuencias de una pandemia que nos abrió en canal. Estamos de duelo, sí, pero este quizás sea, como lo nombraba Jacques Derrida, un duelo imposible: “¿Dónde está la traición más injusta? ¿Es la más angustiante, o aun la más fatídica infidelidad, la de un duelo posible que interiorizaría en nosotros la imagen, ídolo o ideal del otro que está muerto y vive en nosotros?”.

Pablo Hojas ha conseguido realizar, también, una fotografía de la calma, del descanso… de lo que queda después de la aparatosa tormenta que ha impregnado nuestras vidas de inseguridad. En palabras del propio autor: “Es una invitación a pararse, a mirar, a observar las imágenes como se hacía antes; con pausa, paladeándolas, dialogando, deleitándose con ellas… sacándoles todo su jugo, exprimiendo sus matices”. El placer de mirar y descubrir.

La imagen de Pablo Hojas -sencilla y extremadamente profunda a la vez- ilustra bien la idea de Martin Heidegger de ser pensante: “para nosotros, los hombres, el camino a lo próximo es siempre el más lejano y por ello el más arduo”. Necesitamos escuchar lo que nos intentan decir las imágenes. Estamos cerca de la nueva normalidad, sea lo que sea la “nueva normalidad”. Estos días, curiosos, incomparables -lo mismo que esta imagen-, son la prueba definitiva de que vivir es, siempre, afrontar una aventura. Ante imágenes como esta, por su potencia, su profundidad y sus significados ciertamente inescrutables, solo nos quede arrodillarnos y venerarlas.

Raúl Lucio

Pablo Hojas Cruz, foto ©Raúl Lucio

Pablo Hojas Cruz (Santander, 1945) es un autor de referencia en la historia de la fotografía en Cantabria. Fotoperiodista de raza, pertenece a una estirpe fotográfica ligada a la ciudad de Santander. Nieto de Pablo Hojas Bedoya (1887-1950) e hijo de Pablo Hojas Llama (1914-1991), ha trabajado para multitud de medios, entre otros: Alerta, El Diario Montañés, El País, La Vanguardia, Diario 16, la agencia EFE, la UIMP o RTVE.

Entre los años 2000 y 2004 fue el responsable de la primera fotogalería de Santander. En el año 2016 la Asociación de la Prensa de Cantabria le otorgó el Premio Estrañi, que reconoce la labor de los mejores profesionales cántabros de la comunicación.

Ha simultaneado su carrera de fotoperiodista con sus trabajos más personales, poniendo el foco en la formación de nuevas generaciones de fotógrafos. Así, son especialmente destacables sus talleres dentro de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y el ciclo de 10 ediciones de Polientes Foto, patrocinadas por el Casyc, que crearon una legión de seguidores y alumnos (entre los que se encuentra el que redacta estas líneas) que entendieron, gracias al maestro Hojas, la disciplina fotográfica de una manera especial, como él solo ha sabido transmitirla; desde la pasión y desde la improvisación: la magia del momento, el dejarse llevar libre para al final hacer de un instante algo no decisivo pero definitivamente emocionante.

Reseña de Guillermo Balbona en el Diario Montañés del 3-11-2021

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