Exposición de Javier Vila
El tiempo corre siempre hacia atrás
Sala de Arte Robayera, Cudón (Ayuntamiento de Miengo)
10 junio 2021 – 25 julio 2021
EXPOSICIÓN
Organiza
Sala de Arte Robayera – Ayuntamiento de Miengo (Cantabria)
Patrocina
Gobierno de Cantabria – Consejería de Cultura
Comisariado
Marta Mantecón
Cuidado de sala
María Pérez Hoyos
Impresiones fotográficas
Luis Otí
David Mora
Enmarcaciones
Cuadros Vicente
Transporte / Montaje
Mobibox
CATÁLOGO
Edita
Ayuntamiento de Miengo
Colabora
Consejería de Universidades, Igualdad, Cultura y Deporte – Gobierno de Cantabria
Texto
Marcos Díez
Fotografías
Javier Vila
Impresión
Laboratorio para el Arte by Estudios Durero
Depósito legal:
SA 241-2021
© de las obras y los textos, sus autores
Sala de Arte Robayera – Exposición de Javier Vila
TEXTO DEL CATÁLOGO:
LA VIDA ES ESTO
Marcos Díez
José Hierro dijo en alguna ocasión que un poeta es, tan solo, una persona normal que escribe poesía. Si preguntásemos a Javier Vila, es probable que nos respondiera que un fotógrafo no es más que persona que toma fotografías. No hay en Vila una abierta voluntad artística sino, simplemente, una necesidad irrefrenable de tomar imágenes de una realidad que tiene delante de sí y que le deslumbra. No se diferencia en ello del dibujante que lleva en la mochila un cuaderno de viaje, o del escritor que al terminar el día trata de plasmar lo mejor de lo vivido en unas pocas palabras garabateadas en un cuaderno.
Todos los seres humanos narramos nuestra propia vida, por común o vulgar que sea. O lo intentamos. Es una tarea frustrante por imposible, siempre inacabada por inagotable. Se trata de dar sentido a las experiencias que se van amontonando, de ordenar, de anclar, de evitar que los hechos efímeros se nos vayan y que nosotros desaparezcamos con ellos. Hablamos de nuestra vida sin descanso a los demás. Lo hacemos en la barra del bar, en la oficina o en el andamio, en la reunión familiar de los domingos, en el correo electrónico, en el mensaje de texto que lanzamos (a dónde, a quién) desde nuestros teléfonos móviles, en las plazas públicas del mundo virtual o al conversar con un desconocido. No hay vacaciones para eso, es un trabajo extenuante que nunca tiene fin.
¿Para qué lo hacemos? Hablar de nosotros a los demás es una manera de decir: «existo», «yo soy este», «reconóceme» y, allá en el fondo de todas las motivaciones, «quiero ser amado». Nos narramos, también, las cosas a nosotros mismos, susurramos para nuestros adentros, murmuramos secretamente en el interior de nuestras mentes para encontrar un sentido, para comprender qué nos ha pasado, qué nos ha traído hasta aquí, cómo fue el itinerario, qué sucedió en aquella intersección o en esa otra de más allá. O lo hacemos, tal vez, para retener (imposible si es que hay algo imposible) las experiencias más valiosas (esos fogonazos de luz que se escapan como el agua cristalina entre los dedos) y tratar de eludir de esa manera (¿hay otra?) la sombra de la muerte. O, quizás, para reconciliarnos con nuestra existencia, porque toda narración obliga a una labor de edición: esto lo cuento, esto lo olvido, aquello lo adorno. Y así, claro, es más fácil hacer las paces con el peregrinaje que cada uno lleva a cuestas.
Recordar es narrar. No hay persona que no lo haga, de la misma manera en la que no podemos hallar a nadie que, estando vivo, no respire. Es inevitable esa pulsión, más o menos acentuada, de intentar encontrar un sentido a las experiencias que hemos ido atravesando para poder tejer una historia, nuestra Historia. Tras esa necesidad de construir un relato vital se esconden dos dilemas que atraviesan desde siempre los corazones de los hombres: no sé quién soy (y quiero descubrirlo); no quiero desaparecer (y me agarro a la vida como puedo). Identidad y miedo a la muerte, al fin y al cabo. Esos son los conflictos que se tratan de resolver, aunque parezca una gesta imposible de lograr, a través de toda narración.
Vila, a través del objetivo de su cámara, tiene sin pretenderlo una mirada verdaderamente amorosa y sus instantáneas, por ello, hablan con sencillez y sin efectismos del núcleo mismo de la intimidad. Contemplando sus fotografías dan ganas de irse a vivir a un casa luminosa y blanca, apetece salir a la calle para encontrarse con la mirada de los niños, entran deseos de jugar desnudos en la playa, de vivir desde la piel. Son instantáneas, en definitiva, en las que nos zambullimos con convicción, como si quisiéramos de pronto estar allí. Si una persona, tras un día velocísimo y estresante, se situara ante esta serie de fotografías de Javier Vila, si se hundiera en ellas y las contemplara en calma y en silencio, es probable que acabase suspirando y susurrando en voz muy baja (un poco con nostalgia y un poco como aspiración): «la vida es esto».