El mar vacío
Todo comenzó en la caverna, al fondo de la misma: los primeros ecos, las sombras proyectadas, el olor a magia y a tuétano quemado en rituales que nos es difícil imaginar hoy. Todo comenzó -también- en el mar; de allí salió La Vida y allí empezamos a vivirla.
Miramos esta imagen y vemos un lecho de cantos grisáceos, pulidos por miles de horas de batir de agua, en un ciclo infinito. Al fondo, la oscuridad, la negrura total. Y en el centro dos danzantes, entrelazados, cuyos cuerpos forman otro ser, más poderoso. Como si de dos células se tratase, ambos buscan abrirse paso a través de los huecos que generan sus cuerpos para así adherirse en un único organismo. El cuerpo -los cuerpos- convertido en hogar seguro, cobijo, danza silenciosa.
Los trabajos de Michael Asher en las comunidades mayas de Guatemala -donde la palabra arte no existe- han documentado que lo que nosotros entendemos como arte estaría más bien relacionado con la naturaleza, con los rituales… con las caricias.
Esta imagen habla justamente de eso: de tocarse, del contacto… de que juntos somos más fuertes, mejores… más buenos. Como ha comentado recientemente Manuel Borja-Villel, en el arte hay una cosa muy importante: el afecto. Y esta fotografía está llena de afecto, de conocimiento artístico que es, al final, el conocimiento de la piel.
El propio Pablo nos da algunas claves sobre su obra: “Lejos ya del miedo al contacto, sedientos y embriagados por el anhelo de ser libres, escuchan secretamente el sonido del mar mientras el viento enfría sus espinas dorsales”.
El mar está vacío ahora, como nuestras mentes, que se enfrentan estos días a acontecimientos que les es imposible procesar. Pero hay también en esta imagen un bello momento de pausa, de tensión controlada, de reposo que parece que va a dar paso a una coreografía improvisada.
Aquí hay diálogo entre lo fotográfico y lo escénico, entre la imagen y la danza, entre el cuerpo y el alma… Quizás un sahumerio, una auténtica ceremonia de purificación que nos demostrará, finalmente, que el mar no estaba tan vacío como pensábamos; que, como señala Manuel Vilas, en 2021 caerá del cielo una enorme tormenta de belleza que calará hasta los huesos a todos los hombres y mujeres de este planeta.
Raúl Lucio
Desde su juventud, Pablo Venero Aguirre (Santander, 1987) sintió una atracción especial por la fotografía. De niño le encantaba perderse en las cajas de zapatos llenas de imágenes familiares. Desde entonces, lleva años trabajando el autorretrato como modo de expresión fotográfica, usando su cuerpo y una cámara analógica que le acompaña de forma habitual.