Comisaria: Lidia Gil Calvo
El fantasma en la máquina
Un proyecto fotográfico que reflexiona sobre la máquina como icono universal y la progresiva automatización de nuestras vidas.
El título se refiere a la crítica que el filósofo Gilbert Ryle hizo en su libro El concepto de lo mental al dualismo de Descartes. Éste consideraba que el cuerpo humano es una máquina, y que la mente y el cuerpo eran cosas totalmente independientes y distintas, la una dirigiendo misteriosamente al otro. Ryle critica esta idea y defiende que ambos están hechos de la misma sustancia y actúan interrelacionadamente. Llamará al error de Descartes «el dogma del fantasma en la máquina».
Lo cierto es que tras el mundo alucinante de las máquinas hay algo de fantasmagórico e inquietante que reside en la esencial cuestión de qué es aquello que consideramos lo propiamente humano, ¿nuestra identidad es algo innato o es un constructo socio-cultural aprendido que va cambiando con los tiempos y las circunstancias?
Ya desde la Antigüedad, filósofos e inventores hablan de la asimilación del cuerpo humano a la máquina y la fabricación de robots inteligentes es un viejo sueño de la humanidad. Complejas máquinas que realizan acciones específicas, autómatas cada vez más sofisticados, androides de extraordinario parecido a los humanos, cíborgs, inteligencia artificial… forman parte de una pulsión creadora muy propia de lo humano y sin embargo estos artilugios cada vez más integrados en nuestras vidas parecen “deshumanizar” las sociedades de este mundo cada vez más digital y virtual; menos analógico, orgánico y natural. Tanta automatización está cambiando de manera drástica nuestros paisajes y modifica nuestras vidas. Las máquinas nos sustituyen, nos convertimos en ellas, son nuestras interlocutoras directas y a veces no somos plenamente conscientes de las consecuencias.
En la Caverna de la Luz proponemos una reflexión estética sobre estos asuntos desde diferentes puntos de vista invitando al espectador a hacer lo propio. Doce propuestas que pasan por la descripción de una realidad y la adopción de posturas críticas, sin dejar de lado las maravillas de ese vuelo de la mente, la imaginación y la creatividad… esa erótica de la máquina que está presente en toda la historia del arte.
Lidia Gil Calvo
Fotografías de
Manuel Álvarez Diestro, Jorge Fernández Bolado, Zaida Salazar, Pelea Studio, Antonio Díaz Grande & Javier Lamela, Raúl Lucio, María Bodega Zugasti, Cesar Poyatos, Robert Navarro, José Luis de la Peña, Luis Escalada y Jose Segarra.
Colección 2018 – El fantasma en la máquina – Comisaria: Lidia Gil Calvo
Epílogo: La Caverna sigue iluminando.
La Caverna es un inmenso abrigo con gran capacidad de acogida. Es profunda, de infinitas oquedades y, sobre todo, es Caverna de la Luz, pues de ella emergen sin cesar miradas, interpretaciones, posturas, maneras y formas que hacen referencia a pensamientos, ideas y estéticas, tal como corresponde a su platónico y poético nombre.
Este año 2018 continúa su andadura con un nuevo ciclo comisariado cuyo tema es:
El fantasma en la máquina. Un proyecto fotográfico que reflexiona sobre las relaciones entre el ser humano y la máquina, la progresiva automatización de nuestras vidas y la máquina como icono universal.
Los artistas que pautan un año de arte y reflexión son, por orden de aparición: Manuel Álvarez Diestro, Jorge Fernández, Zaida Salazar, PeleaStudio (Majo Polanco y Carlos Terán), Antonio Díaz Grande & Javier Lamela, Raúl Lucio, María Bodega, César Poyatos, Robert Navarro, José Luis de la Peña, Luis Escalada y José Segarra. Doce propuestas que se centrarán tanto en la descripción del mundo humano-máquina como en su posibles críticas, sin dejar de lado las maravillas de ese vuelo de la mente, la imaginación y la creatividad… esa erótica de la máquina que está presente en toda la historia del arte y de la humanidad. Una reflexión estética sobre estos asuntos desde diferentes perspectivas y puntos de vista, invitando al espectador a hacer lo propio.
El título del ciclo se refiere a la crítica que el filósofo Gilbert Ryle hizo en su libro El concepto de lo mental al dualismo de Descartes. Éste consideraba que el organismo humano es una máquina, y que la mente y el cuerpo eran dos cosas independientes, la una dirigiendo misteriosamente al otro. Ryle critica esta idea y defiende que ambos están hechos de la misma sustancia y actúan interrelacionadamente (estudios recientes así lo han demostrado). Llamará al error de Descartes “el dogma del fantasma en la máquina”. Por otro lado es un título polisémico y sugerente que va adquiriendo una gran riqueza de sentidos según cada momento. El más directo es el que arroja al ponerlo en relación con el propio acto de fotografiar, pues siempre hay alguien o algo que activa la máquina o, yendo un poco más allá, siempre hay una idea o intención detrás de cada composición. La etimología de la palabra “fantasma” viene del griego y hace referencia a lo que se hace visible, brilla, se muestra o aparece… ¡Nada más fotográfico!
Lo que es cierto es que tras el mundo alucinante de las máquinas hay algo de fantasmagórico e inquietante que reside tanto en la esencial cuestión de qué es aquello que consideramos lo propiamente humano, como en las consecuencias de su omnipresencia. ¿Es nuestra identidad algo innato o algo que se va construyendo y aprendiendo en relación a lo que nos rodea? ¿Se parecen cada vez más las máquinas a nosotros, o nosotros a ellas? ¿Dejamos “en sus manos” demasiado de nosotros mismos? ¿A dónde nos está llevando la complejidad de las comunicaciones y el control cada vez más sistematizado? ¿Qué está ocurriendo con la naturaleza y la Tierra que a duras penas nos soporta? ¿Están las libertades y el bienestar de individuos y sociedades en el objetivo principal del desarrollo tecnológico?
Hablar de la historia de la máquina es hablar de la historia de la humanidad. Los motores que han incentivado su desarrollo sin fin han sido -cómo no- la guerra, optimizar la productividad y realizar trabajos tediosos y pesados, y también el ocio y la diversión. Otra de las motivaciones ha sido el deseo mismo de crear, y –jugando a ser dioses- de replicar al propio ser humano. Ya desde la Antigüedad científicos e inventores soñaban con fabricar máquinas que imitaran a los humanos. Filósofos e inventores como Descartes o La Mettrie nos contaban que nuestros cuerpos y la naturaleza misma, son también máquinas. Complejos sistemas que realizan acciones específicas, autómatas cada vez más sofisticados, androides de extraordinario parecido a los humanos, cyborgs, inteligencia artificial, realidad virtual… todo ello forma parte de una pulsión creadora muy propia de lo humano y, sin embargo, estos artilugios cada vez más integrados en nuestras vidas parecen “deshumanizar” las sociedades de este mundo cada vez más digital y virtual; menos analógico, orgánico y natural. Tanta automatización está cambiando de manera drástica nuestros paisajes y modifica nuestras vidas. Las máquinas nos sustituyen, nos convertimos en ellas, son nuestras interlocutoras directas y a veces no somos plenamente conscientes de ello ni de las posibles consecuencias.
Lewis Mumford, acuña ya en los años treinta el interesante concepto de megamáquina para referirse a un sistema integral de Estado, medios de producción y de control en el que máquinas, humanos y fuerzas naturales son organizados generando un sistema social de tan magnitud que termina siendo imposible de controlar. En su magna obra El mito de la máquina. Técnica y evolución humana el autor lanzaba una interesante advertencia a tener en cuenta, consciente de la necesidad de no perder la dimensión de lo simbólico. La humanidad se encuentra en un momento de “estrecho racionalismo tecnológico” que puede frenar la evolución humana, quedando sólo inteligencia organizada: “un barniz omnipotente y universal de espíritu abstracto, despojado de amor y de vida”.
Sin embargo, tal como avanzaba Donna Haraway en su fundamental Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, el hombre moderno y racional que creemos universal es una construcción mucho más reciente de lo que pensamos, que no siempre fue así y no lo será para siempre. El concepto de Naturaleza que manejamos actualmente es también una construcción moderna ¿Qué cualidades tendría que tener el ser que, a la luz de lo que conocemos hoy, se adaptaría mejor al mundo al que nos enfrentamos? Haraway, asume el nuevo paradigma y aprendiendo de los errores históricos propone un nuevo ser que lo habite, un cyborg, un ser fluido y permeable en el que desaparezcan límites y dualidades heredadas e impuestas. Propone asumir la hibridación, animal-humano-naturaleza-máquina, seres no encorsetados por estereotipos de género… Que el humor, la creatividad y cierto sentido utópico nos ayuden para tan necesaria empresa. Pero empecemos por revisarnos, por mirarnos de nuevo, el arte es una de nuestras mejores herramientas para hacerlo.
La Caverna de la Luz es también una maquinaria llena de alma, sencilla pero muy efectiva, creada por Javier Vila, fotógrafo y maquinista, concitador de sensibilidades y energías. De dicha máquina surgen proyectos que crecen autómatas, con vida y movimiento propios. Y es que el sistema expositivo de la Caverna consigue que cada proyecto crezca retroalimentándose de sí mismo. Foto a foto se van perfilando los órganos de la criatura, y lo que en principio era un tema abierto, una sugerencia de objetivo incierto, adquiere su enjundia reflexiva con la verdadera voz de la Caverna, a saber: la de los artistas y fotógrafos que pasan por ella mes a mes. Con sus imágenes se van formando las tramas y argumentos de las temáticas propuestas y, a través de la imagen, se va pensando el mundo, haciendo crítica, sintiendo –con conciencia- la vida. ¡Larga vida a la Caverna de la Luz!