«Todavía vivimos», Playa de las Catedrales, 2016 @Antonio Manzano

Todavía vivimos

Todavía cantamos, todavía pedimos,
todavía soñamos, todavía esperamos,
a pesar de los golpes
que asestó en nuestras vidas
el ingenio del odio
desterrando al olvido
a nuestros seres queridos.

Todavía cantamos”, Víctor Heredia

Un hombre cansado, exhausto, tira de una gruesa maroma, que es a la vez el débil cordón umbilical que le sujeta al mundo. Nota el frio de la historia en sus pies descalzos que se entregan a la melancolía de la bajamar, en ese vínculo intangible entre su existencia y la vastedad del universo.

Hay fotografías que se convierten en una radiografía de nuestro paso por el mundo. Y que, junto a su banda sonora, en este caso un poema, son nuestra propia biografía condensada. Un aviso a navegantes.

Hay lugares “caverna”, donde incubamos y renacemos. Lugares que marcan nuestra vida como las fechas. A los que tenemos que regresar compulsivamente, porque son el aniversario de nuestras cicatrices. En los que la tormenta nos abriga y la humedad que nos empapa es la placenta en la que sanamos de la historia, de nuestra propia historia. A la que todavía cantamos.

 Javier Vila

Antonio Manzano (Valladolid, 1949)

Nació en una familia de fotógrafos, desde niño se apodero de él la magia de la fotografía, su vida siempre ha estado siempre ligada a la imagen. Ha complementado su trabajo de cámara con su gran pasión la fotografía.

Ha sido galardonado en numerosos concursos fotográficos, entre otros el primer premio “Caminos de Hierro 2011”.

Antonio Manzano (Valladolid, 1949) es hijo de fotógrafos y castellano. Esas circunstancias marcan su vida y su obra. La de un niño de postguerra, crecido en una España negra, austera, enjuta y parca en todo. Y así es su imaginario fotográfico, impregnado del claroscuro de una historia que se repite, de un mundo en blanco y negro, de un color desaturado, como el de aquellas películas “iluminadas”.

La cámara de Antonio siempre apunta a tierra, a las raíces, a las personas, a los desclasados, a los desamparados. A la gente como nosotros. Su mirada es frontal y desprovista de todo artificio. Él mira a los demás desde detrás de sus pobladas cejas, pero lo hace con los mismos ojos con los que se mira a sí mismo. Sin compasión. Con esa honestidad brutal de los hombres acostumbrados a las inclemencias del tiempo y de la historia. La suya propia.

Dice Manolo Laguillo, en su libro “¿Por qué fotografiar?”, que cuando un fotógrafo es honesto, el conjunto de su obra configura su autorretrato. Y eso es ni más ni menos lo que ocurre con Manzano. Cuando miro sus fotografías me parece estar escuchándole hablar de su comprensión del mundo, del que nos ha tocado vivir.

La fatiga de las calles empedradas, del esfuerzo cotidiano, de la lucha por sobrevivir; el recuento de unas pocas monedas; la mano encallecida, con la línea de la vida agrietada; la agonía de unos peces dando los últimos coletazos sobre la dársena; la agitación de los chavales ante la picada; el ataque ansioso al bocadillo en el vagón de tercera;  Una mirada perdida a través del vidrio empañado de una vieja ventana; el asombro de unos críos a la intemperie; la mirada penetrante de unos ojos cansados en una cara borrada por los avatares; una tierna maternidad contra todo pronóstico… Ese es el imaginario en el que reconozco la mirada constreñida por el dolor vital de Antonio Manzano.

Javier Vila

Reseña de Guillermo Balbona en el Diario Montañés del 07-12-2023

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