Pedro era un maestro rural a finales de los setenta, en la escuela unitaria de Bielva, dónde se planteó la misión pedagógica utópica de mostrar el mundo a los chavales y enseñarles que no hay fronteras para el conocimiento, ni para la voluntad.
Pedro montó una biblioteca en la escuela, con estanterías regaladas por ferreteros y libros donados por editoriales, libreros y los propios autores. Entre los volúmenes había regalos de Delibes o Cela con cartas autógrafas de apoyo a su proyecto de escuela rural. Un proyecto que no se paró ahí, que involucró a todo el pueblo (las mujeres confeccionaron un colchón gigante con tela regalada por la Textil Santanderina, para que los niños pudieran practicar salto en las clases de gimnasia). Y Pedro creó un periódico de la escuela “Nuestro Pueblo”, del que se hicieron eco la prensa de la época especializada en educación (Cuadernos de Pedagogía) y en fotografía (Revista Nueva Lente).
Y de ahí surgió la pregunta de un niño: “Pedro ¿y a estas cosas porque no las sacamos fotografías?” y Pedro, el maestro, no se lo pensó dos veces y buscó cámaras de fotos por todo el pueblo. Y como no las había, escribió y escribió, hasta que llegaron, una Werlisa (por cierto, la cámara con la que yo mismo empecé) y Palazuelos se vio en la necesidad de aprender a utilizarlas para enseñar a los chavales y documentar las excursiones, los recreos, la nieve, las primeras elecciones democráticas de la transición. Y así nació Pedro Palazuelos, el gran fotógrafo que todos conocemos.