Un buen día, a mediados del siglo pasado, Piedad Isla, de profesión fotógrafa, compró una Vespa, se enfundó unos pantalones y con base en Cervera de Pisuerga (Palencia) se puso a recorrer, por caminos carreteros, los pueblos de la montaña palentina. Pionera de la fotografía social en el medio rural, introduce en las entrañas de los pueblos, el artificio de la cámara con naturalidad. No es una espectadora extraña, se zambulle en el alma del pueblo desde la pertenencia, desde el conocimiento profundo, en simbiosis con un mundo de semejantes que deriva en una total identidad entre el fotógrafo y el territorio en el que habita. Así, los documentos gráficos de Piedad tienen el valor de la autenticidad, de la frescura, son fragmentos de vivencias fijadas en la nostalgia del blanco y negro, instantes únicos de la vida rural en estado puro, salvados del anonimato definitivo gracias a su cámara. Su auténtica inspiración fue la condición humana, el culto a los ancianos, la adoración por los niños.
Piedad Isla, (6 de septiembre de 1926 – 6 de noviembre de 2009) ha sido el espejo de la memoria de un mundo rural ya desaparecido. La gozosa consecuencia es su obra, un trayecto casi místico que hunde sus raíces en la tierra.
Piedad Isla buscó con su cámara, antes que el arte, la vida y allí, encontró la belleza.