Superados de confianza, Santander, 2007

Su trabajo explora las posibilidades estéticas del entorno urbano, juega con los espacios, vincula videoproyecciones e instalaciones y diseña complejas construcciones icónicas, tratando de cambiar la percepción de la arquitectura con dibujos directos sobre la pared. En su trabajo subyace un profundo interés por poner en contacto directo el lenguaje desarrollado en la calle con los diferentes códigos artísticos propios del ámbito de lo privado e institucional.
De esta manera, sus producciones se llenan de elementos que hacen inmediata referencia al espacio urbano. El uso de materiales efímeros –cinta aislante- y de desecho en sus obras, así como de determinados elementos propios de la calle tales como el graffiti, carteles o pósters, pegatinas, fotocopias o fanzines, hacen referencia a su entorno más inmediato.
Es licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Castilla La Mancha. Desde 1999 su trabajo ha sido expuesto en galerías, centros de arte, ferias y museos nacionales e internacionales como La Casa Encendida, Madrid; Galería La Fábrica, Madrid; Galería Nogueras Blanchard, Barcelona; MUSAC, León; Centro de Arte Laboral, Gijón; Fundación Joan Miró, Barcelona; Artium, Vitoria; La Panera, Lleida; Liste Art Fair, Basel; O.K. Centrum Linz, Austria; Museo Nacional de la República. Brasilia; Tokyo Wonder Site, Japón. Ha recibido premios y becas como la CAM de Artes Plásticas, Premio ABC de Arte, Premio Altadis de Artes Plásticas, Beca Fundación Marcelino Botín, Premio Gobierno de Cantabria o Muestra de Arte INJUVE.

Juan López

Superados de confianza

Imagen rescatada de un archivo fotográfico personal en el que voy acumulando instantaneas de carteles que han cambiado su significado al estar rotos por diversas causas.

«Baudelaire, Benjamin y Debord propusieron la figura del “flaneur” y la idea de la deriva, y durante el siglo XX innumerables paseantes dejaron sus huellas en la comunidad artística, e incluso algunos alteraron el paso de la sociedad.  Pero el mundo cambia, no tan deprisa como los fabricantes de gadgets electrónicos quieren hacernos creer, pero sin pausa, y la primera década de este nuevo siglo  podría calificarse, si así se quisiera, como la de la eclosión artística de un movimiento (en este caso la palabra no es una metáfora) que define perfectamente la actividad del creador actual: patinar.

No me refiero sólo a la -algunos exquisitos todavía la llaman así-  “subcultura” del skate, con sus emblemas iconográficos, herederos de la psicodelia y emparentados con el metal o el hip hop, parte importante de la educación sentimental, física y creativa de una generación armada con sprays, monopatines y sueños voraces y nebulosos plasmados en graffittis callejeros. Desde el Pop sabemos que no hay alta y baja cultura, sino una superficie única de densidad y agarre variable, hoy ya globalizada. Patinar por ella es, pues, algo inescapablemente contemporáneo. Más rápido que andar, comparte velocidad con la imagen en movimiento, y es ecológicamente sostenible: se utiliza la propia energía del cuerpo, a riesgo de dar un patinazo y quebrarse un hueso.  Si alguien cree que hablamos de “moderneces”, recordemos que patinar es una verdadera disciplina donde la maestría se adquiere con magullado esfuerzo: hay que practicar y repetir y repetir ejercicios, exactamente igual que en la formación academicista que tantos aún añoran, hasta alcanzar el momento donde, en un instante suspendido –giro, derrape, salto, pose-, cobra expresión la forma propia, el distintivo toque personal. Y ¿acaso hay algo más humano que “perder la buena dirección o la eficacia de lo que se está haciendo o diciendo, errar, equivocarse”, como nos dice otra acepción del diccionario de la RAE?

Hasta las neuronas, decimos, patinan, porque también se patina con la mente. El lapsus freudiano es un patinazo en toda regla. Las palabras, liberadas de las formas decimonónicas y del corsé de la razón, hacían el amor para los exaltados surrealistas . Pero a su alrededor otros más fríos, impenitentes “solteros” como Raymond Roussel o su seguidor Marcel Duchamp, ciertamente las hacían patinar. Y ese derrape supuestamente superficial por el lenguaje habla claro y profundo: “Ma mere elle adore l´odeur de ma merde” , escribía  el maestro de “With my tongue in my cheek. O veamos el cut-up, ese método más allá del collage inventado a dos manos por Brion Gysin y William Burroughs, que disecciona el lenguaje de manera quirúrgica y hace patinar al orden del discurso, revelando así el veneno invisible del discurso del orden.»

(Extracto del texto Juan López: Patinaje Artístico, de Armando Montesinos, 2009)

https://youtu.be/Ne4CbRWbYsg
Compartir: