La Caverna de la Luz enciende su escaparate de Agosto con un meta-fotógrafo ignoto. Juan García Negrete utiliza la fotografía para interpretar su versión soñada de la realidad imaginada, en un ejercicio por subvertir la dictadura de los mundos virtuales en los que nos vemos inmersos, a menudo contra nuestra voluntad. Nadie mejor que él para explicar su punto de vista:
La luz de la vida
Cuando llega el verano, la posverdad se derrite en su estrafalaria impostura sentimentaloide, porque en la playa todos tomamos el sol semidesnudos al aire de la mar. La verdad existe porque lo más real del mundo es una fotografía playera.
El fotógrafo es el gran notario de la realidad, que fija y legitima luciente en la portada de un periódico, en la sala de una exposición, o al aire libre de la Porticada, la verdad del fotógrafo, la verdad de la vida. Sin fotógrafos la posverdad mostraría todos sus defectos. El corazón de los hombres está en la luz, como el cielo está en la lluvia y el mar en el cubo de un niño.
Cuando entramos en las redes sociales, tan prácticas, se ve que la oscuridad está llena de ojos que nos vigilan al tuntún de una multitud que no sabe que la ley de la selección natural exige rigor e intimidad creadora. Es por eso que La Caverna de la Luz tiene un solo ojo interior que nos acoge con su reflexión de dentro afuera, del ser íntimo a la existencia de todos. Lo admito, soy un cavernícola que va por ahí con su cámara retratando la vida y sus milagros. Con qué naturalidad contemplamos las fotos de nuestra vida; qué movediza la posverdad tumultuaria de las redes sociales cuando cogemos el ratón y parece que todo es mucho más fácil.
-Qué tiempos tan tremendos.
-Verdaderamente.
Lo más objetivo de la realidad es un paisaje de guerra; un sacerdote confesando tras la tapia de un cementerio, Cristina, o de un estudiante asesinado en Venezuela. También los retratos literarios de Cartier-Bresson nos hablan de nosotros y quisiéramos estar muy cerca de ellos. Sin el arte de la fotografía no seríamos lo que somos.
Lo más inquietante de la posverdad es su incapacidad creadora: “Ahí va un hashtag” como quien lanza una pedrada, sin corazón, como si fuera una orden.
Todo lo que tienen de objetivo y pulcro las cosas de la vida en su profunda intimidad, lo destruye la posverdad con sus consignas urbi et orbi. Un solo fotógrafo en su cámara tiene más exactitud que todas esas miradas anónimas en la oscura refulgencia de una pantalla de ordenador.
-¡Yo no estoy muerto!
-Con claridad.
Desde el fondo de la mañana se alza, como alegre corazón, la alegría de vivir con una cámara en las manos, para retener la verdad íntima y profunda de nuestro tiempo, sin el totalitarismo de esas redes que se dan el gran banquete con nuestras cosas humildes, personalísimas y cotidianas. Un fotógrafo es un hombre solo con su verdad a cuestas, con la perfecta reproducción en su cámara de un niño jugando en la orilla del mar.